
El mecanismo ingeniado por Jaquet-Droz era capaz de escribir con una meticulosidad escalofriante. Al movimiento de la pluma le acompañaban algunos gestos aterradoramente humanos, como el hecho de que siguiera el texto con los ojos, mojara la pluma en el tintero o la sacudiera ligeramente para no manchar el papel. A veces, el pequeño autómata levantaba la vista y se quedaba un instante con la mirada perdida, como si estuviera pensando en la siguiente idea que pondría sobre el papel.

El autómata podía escribir cualquier frase en cualquier idioma, gracias un complicado mecanismo interior dotado de una rueda que permitía seleccionar los caracteres y el orden en que debía escribirlos. Se dice que durante aquellos años Jaquet-Droz paseó a “El Escritor” por toda Europa y se sirvió del autómata para hacer una pequeña burla de las teorías de Descartes, ajustando el mecanismo para que escribiera la frase “Pienso, luego existo”.

La perfección del autómata alcanzó tal grado, que algunos autores lo han considerado como un antecedente remoto de los ordenadores. La idea se justifica por el mecanismo está dotado de un “programa” y de una “memoria”. El “programa” sería la rueda que permite escoger los caracteres y la “memoria” el sistema que permitía reproducirlas en un orden determinado. Sin embargo, otros expertos aseguran que su funcionamiento se asemeja más al de una sofisticada caja de música.

En cualquier caso, os dejo un par de interesantes vídeos, que demuestran que doscientos años antes de que el sofisticado ASIMO aprendiera a subir y bajar escaleras, existió un pequeño autómata que aprendió a hacer movimientos igual de humanos y desconcertantes:
Hoy día, “El Escritor” se conserva en junto a otros autómatas ideados y fabricados por Jaquet-Droz en el Museo de Arte e Historia de Neuchâtel, en Suiza.
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